miércoles, 30 de septiembre de 2009

Metáfora del tiempo

La anciana estaba sentada en una silla de tijera de tela a franjas verticales blancas y azules. Los pies, descalzos sobre la arena. Las zapatillas descuidadas a un lado. Con una mano aferraba el mango de su muleta. La otra, la izquierda, reposaba en el regazo, un poco de lado. Su vestido era negro, salpicado con multitud de lunares blancos. La sombrilla proyectaba su sombra sobre ella y la brisa le acariciaba el rostro. Su gesto era tranquilo, inmóvil, quieto como sólo un anciano sabe. La mirada, fija en algún punto del horizonte.
Pensé que se encontraba ensimismada o anticipando la siesta a deshora, así que seguí la dirección de sus ojos, avancé sobre las algas de la orilla, las olas que rompían sin violencia, la superficie sinuosa y, al llegar a la línea que separa el mundo visible del supuesto, vi un barco, un pequeño velero de un palo y dos paños extendidos al viento.
-¿Con que era eso lo que mirabas? -me pregunté.
Quise creer que no era el pequeño navío lo que ella veía porque eso era demasiado real y evidente. En sus acuosos ojos azules como el cielo de ese mismo día yo deseé ver la poesía de un recuerdo, una travesía a tiempos pasados. Quise ver a una hermosa mujer acodada en la cubierta de un buque, puede que de vapor, que marchaba de España, ¿a la Argentina?, donde conocería a un exiliado, amargado pero amable, que aún albergara deseos de amar. Acaso ella los correspondiera, acaso él muriera después de una noche de pasión en una refriega anarquista, acaso ella se manchara con su sangre los labios en una definitiva despedida, acaso...
El velero, haciendo equilibrios sobre la lejana línea del horizonte, desapareció de nuestra vista, ocultado por un farallón que protegía el puerto de pescadores. Miré a la anciana y la anciana no estaba. La silla sí, vacía, de cara al mar, prueba irrefutable de una presencia y posterior ausencia.
Hize por ver una metáfora del tiempo. La anciana dejaba paso a otro en su mirador. Imaginé que me levantaba de mi silla y me sentaba en la suya de franjas verticales blancas y azules que miraba al horizonte hasta encontrar un barco; que recordaba esa parte de mi biografía que, de tan lejana, dudaba si fue real o ensueño; que...
No me moví de mi sitio en cambio. La brisa acariciaba mi rostro y el rumor del mar me adormecía serenamente. Ni siquiera me di cuenta de cómo recogían la sombrilla que resguardaba a la anciana, de cómo plegaban su silla, de cómo se marchaban. Sólo vi el espacio vacío en su lugar un instante después.
Aprecié las huellas paralelas que dejó su asiento. Vi las huellas de sus pequeños pies. Un socorrista pasó sobre todas ellas montado en su bicicleta mountabike. Cada pedalada rompía la magia del momento con feliz ignorancia.
Miré el mar. Muy al fondo quise ver, me forcé a ello incluso, la huella húmeda de su mirada. Una mujer acodada en la cubierta de un barco, seguro ahora que era de vapor, regresaba a España, ¿desde la Argentina? Lloraba y el viento hacía ondear su pañuelo de seda como la enseña del navío.

jueves, 2 de julio de 2009

Un sencillo y conmovedor gesto

Camino por la calle con prisa, ajeno a todo salvo a mí mismo y procurando no chocar contra la gente, que también va a lo suyo.
Me cruzo con un hombre, de cincuenta y tantos años, que hace un gesto despectivo de despedida a una mujer, se da la vuelta y se aleja, parece que enfadado, con paso decidido, de ella. Pienso: ¡Eso es dar la espalda a alguien!
Yo ya he dado varios pasos más. Escucho a la mujer, a dos metros delante de mí, decir "adiós". Su cara, en ese momento, no me parece afectada por el desplante del hombre. Cuando estoy a su altura, un segundo después, la mujer, también en sus cincuenta, gruesa, ataviada con un largo vestido rojo, muy alegre, con el rostro maquillado del mismo color que el vestido o es así por culpa del calor, no sé, se lleva la mano izquierda, creo que era la izquierda, a la boca y, rompiendo a llorar, dice: "hasta luego".
El sencillo gesto de la mano, el "hasta luego" y el llanto roto después de decir un adiós que no parecía afectado, todo en una fracción de segundo, me rompen el alma en un instante.
A mi mente llegan inmediatos significados posibles a la reacción de la mujer y aún no me he alejado de ella más que unos pasos. Y pienso que de repente, después del adiós y antes del hasta luego, se ha dado cuenta de que se queda sola; de que el adiós del que parece su compañero es definitivo y su vida, en un abrir y cerrar de ojos, se ha llenado de soledad y desdicha; de que en mitad de la calle sin intimidad alguna ante los ojos ciegos de la gente, el desastre y el abatimiento se han cebado dentro de su vestido rojo y la han roto el corazón para siempre; de que un minuto después, un día más tarde o un año o siempre, su hombre no estará a su lado.
Un segundo de llanto apenas he presenciado de una mujer desconocida y me ha conmovido profundamente. Quiero deshacer mis pasos y consolarla. Sin embargo, ya es tarde. He dado la vuelta a la esquina y ya no forma parte de mi realidad, de mi mundo. Me he alejado completamente de ella y de su tristeza, de toda su existencia. Ya no existe para mí porque he andado los pasos suficientes para perderla de vista. En un rato la habré olvidado y, si no hubiese escrito estas líneas, el rato al que me refiero habría sido minúsculo.
Pienso, aún profundamente afectado: nadie debería llorar. Luego, rectifico: nadie debería tener motivos para llorar. Después, completo: Y si los tiene y ha de llorar, que siempre haya alguien a su lado y le dé consuelo.

viernes, 8 de mayo de 2009

Respeto y consideración

Patxi López es el primer lendakari que promete respetar la ley. Podría parecer una frase obvia en la toma de posesión de un cargo público pero, tratándose del País Vasco, lo obvio a menudo no es lo real. Parece que con López, y con el apoyo del Partido Popular, algo va a cambiar en España, en general, y en esa comunidad autónoma, en particular.
Por lo pronto, y no es poca cosa a mi entender, se invitó a las víctimas del terrorismo de ETA a acudir a la ceremonia. (Señalo entre paréntesis que los altos cargos del PNV no quisieron acudir, acto y actitud que hablan por sí sólos). Para las víctimas fue un momento de gran emoción puesto que, una vez superado el duelo por su pérdida con la asunción de que el dolor les acompañará el resto de sus días, ahora lo único que desean es respeto y consideración. Al fin y al cabo, son ellos los que más han sacrificado en esta amarga lacra sin sentido que sufrimos todos.
Con ese respeto y consideración, de algún modo, se sienten reconfortados en su padecimiento y algún sentido le encuentran, si es que esto es posible. En cualquier caso, el reconocimiento a las víctimas es el primer, obligado e ineludible paso para recobrar la democracia y la libertad ausentes en el País Vasco, o, lo que es lo mismo, en España.