domingo, 7 de septiembre de 2008

Pateras

Llegan más pateras, ataúdes que flotan, que traen en sus cubiertas de madera podrida una extraña mezcla de ilusiones, pobreza, esperanza, frustración, deseos, miedo, angustia, anhelos, pasado y futuro. Todo ello puede verse en los brillantes ojos negros de los que consiguen tocar costa, ganarse por unos momentos una manta roja y un poco de agua. Después, serán devueltos al país que les dejó marchar cómplice de su aventura y de su desgracia, para negocio de unos pocos sin alma.
El Primer Mundo es un reclamo, cantos de sirena para Ulises de piel negra que dejan atrás sus tradiciones, sus familias, el progreso negado a su tierra, sus ancestros. Pero también le dan la espalda al hambre, a la ociosidad forzosa, al miedo a los tiranos, a la corrupción, a la falta de escrúpulos, al SIDA, al reclutamiento forzoso en ejércitos de drogadictos implacables. Dejan atrás el efímero valor de una vida.
El Tercer Mundo desea codiciar lo mismo que acapara el mundo rico: la despreocupación de la opulencia, de las oportunidades, del porvenir brillante pleno de opciones, todas buenas y al acance del teléfono móvil.
El mundo rico pierde hoy sus valores. El mundo pobre también al querer ser como el mundo rico. Todos pierden.
Con cada patera que llega a la costa, todos perdemos. Los que vivimos al margen de los cayucos quizá perdemos algo de nuestra dignidad y no es poca cosa. Los que consiguen traspasar el muro de uniformes y alcanzan las calles, pierden sus rasgos humanos para convertirse en sombras de miedo. Los otros, los que no lo consiguen, pierden la vida en un mar del que ya sólo compartimos un nombre escrito en una lengua muerta: Mare Nostrum.
Las pateras son un agujero por donde se derrama la esencia humana. Y si no somos capaces de taponar la herida, el ser humano será cada vez más insignificante y su legado más triste.

viernes, 22 de agosto de 2008

La primera opinión

Sucedió el miércoles, 20 de agosto de 2008. Otra fecha que pasará a la Historia española. Otra fecha que recordar. Una fecha más llena de dolor, de angustia, de lágrimas. Un avión se estrella y, de pronto, docenas de vidas dejan de serlo, se convierten en docenas de muertos y nos sumen en la desesperanza y la pena más profunda.
No entraré a hablar de los dramas personales. Eso es algo tan íntimo de cada víctima, es algo tan sagrado, que sólo ellos pueden decidir si desean compartirlo y con quién. Cada una de sus historias, todas trágicamente dibujadas, no es información. Si han perdido a un padre, a un hijo, a una novia... eso no es noticia, por más que se empeñen los periodistas. La noticia está en el accidente, en sus causas y en sus consecuencias. Pero cada relato personal, cada palabra pronunciada por un familiar destrozado, cada lágrima vertida es suya y sólo suya. No tenemos derecho a saber cómo queda su casa ahora que hay un vacío difícil de llenar. Nuestro único deber consiste en abrazarles, en llorar a su lado, en tenderles la mano y sólo si ellos lo desean. Si no, estorbamos.
No seamos espectadores de su desgracia. Sólo una palabra vale con todas esas víctimas: ternura.
Lo demás es espectáculo provocado y vendido por miserables ansias de audiencia para insertar más publicidad y rentabilizar la emisión de la cadena.
Cada foto, cada vídeo robado a su dolor es un acto ruin y mezquino, como el del político que se acerca a unas familias en estado de shock porque el asesor de imagen dice que es conveniente y, además, lo antes posible, no se vaya a adelantar el del Partido Contrario. Llegan con cara larga, apesadumbrada. No niego su dolor, pero sus intenciones son tan perversas que dan asco. No son las personas lo que les importa. Es el beneficio político o la pérdida de popularidad lo que les impulsa. No tienen entrañas. Se mueven entre los devastados rostros, les miran. ¿Les ven? Desde luego, a quienes no ven son a las docenas de voluntarios que llevan dando abrazos y repartiendo cariño con el corazón destrozado, repartiendo mantas y calor, agua, un café, tranquilizantes, analgésicos, su hombro. Para esos políticos, todos los chalecos de colores de los servicios que atendieron a las víctimas y que tardarán meses en soltar todo lo que han tragado no existen y no habrá para ellos un apretón de manos espontáneo, un "gracias por todo lo que hacéis y que es tan importante ahora". No les ven porque no es eso lo que se debe ver en ese momento, porque hay que buscar un buen ángulo para una mejor imagen, la de mañana en el diario que dice como titular: el Presidente se interesa por el estado de las víctimas. No sé que me da más pena, si la que siento por las víctimas o la que siento por la democracia. Bueno, sí que lo sé, lo tengo clarísimo: me quedo con el ser humano.
La Familia Real (chapó por ellos) sí que son grandes de corazón. No buscan la foto. Se reúnen con las familias durante dos horas, sin cámaras, sin testigos, a llorar con ellos, por ellos, a repartir cariñó en su nombre y en el de todos los españoles. Mi corazón estaba con el de sus Majestades para que les dieran un poquito de él a los que lloraban sus muertos. Se lo habría dado entero pero tenían que entregar el de todos nosotros y esos son muchos corazónes. Olé por ellos. Por los otros, los politicastros de m... Saco mi pañuelo blanco a ver si el presidente de la plaza quiere mandarlos a corrales y sacar los sobreros, que será más de lo mismo, seguro, pero si no hay nada menos malo...
En fin, mi actualidad como sólo yo la veo no ha podido empezar de un modo más triste. Y más asqueado.
Mañana hablaré de otra cosa. Si me da la gana.